martes, 29 de septiembre de 2009

El alma de las empresas

Si el Arte tiene alguna utilidad, ésta sería tan sólo para servir de alimento al alma. Algo así afirmó el escritor Paul Auster al recibir en 2006 el Premio Príncipe de Asturias de las Artes.

Como ahora andamos liados en el debate sobre la necesaria construcción de una cultura de lo interdisciplinar [1], en la que podamos intersectar el talento, el empuje y el potencial de los creadores, los empresarios más emprendedores y las instituciones públicas y privadas más concienciadas al respecto, deberíamos extender la afirmación de Auster más allá del territorio de las artes, para , si no aseverar, sí al menos preguntarnos: entonces, ¿tienen alma las empresas y las grandes corporaciones industriales? De ser así, podríamos respirar tranquilos en nuestro desvelo por fijar los potenciales objetivos de un Centro de Arte y Tecnología , pues buscando su alimento espiritual, éstas proveerían a los artistas de cuanto fuese necesario para modelar –dar forma- al alimento del alma.

Sin embargo, mucho nos tememos que la mayoría de nosotros contestaríamos negativamente ante esta compleja y espiritual pregunta. En este segundo caso, sí que deberíamos preocuparnos, al asumir que no parece previsible que dicha colaboración o sufragio se pudiera producir al contar con empresas faltas de alma.

Una segunda pregunta surge entonces como consecuencia de esta respuesta negativa: entonces, ¿tienen alma las instituciones públicas? Ya que éstas parecen ser las únicas que están dispuestas a subvencionar a aquellos que dan alimento al alma. Tal vez, como cuerpo colectivizado de la masa social, recojan algo del alma individual de sus miembros componentes, esto es, nosotros, los ciudadanos más creativos y talentosos, en las que nos reconocemos. Pero, entonces, ¿por qué, al menos en nuestro país, este alimento no llega a producir el deseado efecto?

Urge un análisis al respecto.

En primer lugar, debemos ser plenamente conscientes de que el debate que aquí nos ocupa se circunscribe al territorio español y por lo tanto a una zona que deberíamos encuadrar dentro del contexto cultural europeo; altamente proteccionista por parte de sus instituciones públicas y cuyos creadores son enormemente dependientes de las subvenciones de las administraciones públicas. Es práctica habitual en España (y en la mayor parte del territorio europeo) la demanda de los sectores productores de la creatividad de apoyos y ayudas por parte de las instituciones públicas, que permitan ejercer el oficio de artista o de creador en libertad de acción y de pensamiento. Pero no deja de ser ésta una contradicción en términos que, sin embargo, ha sido asumida con total naturalidad por la dinámica del sector artístico y cultural durante los últimos 30 años, funcionando sin excesivas estridencias durante algunos periodos de gobiernos socialistas, pero lleno de molestas interferencias y colapsos -por las censuras que suelen dictar- cuando el talante de los que las gobiernan es –en el menos malo de los casos- conservador o de derechas.

Trabajar con instituciones públicas exige el sometimiento al decoro y a «las buenas formas» -políticamente correctas- que toda institución pública se arroga y que, en el caso de los conservadores de derechas, se eleva hasta niveles de auténtica injerencia y censura moral y política.

Sin embargo, el modelo de colaboración, financiación o patrocinio privado que funciona, por ejemplo, en los Estados Unidos, donde las leyes del mercado en el campo del arte está tan claramente delimitadas (no hay mas que ver su Ley de Mecenazgo), no parece ser una mejor solución, por cuanto que son éstas las únicas que se erige en autoridad capaz de marcar modelos de actuación y de creación de tendencias estético-artísticas, y que suelen obligar a los creadores a practicar una auténtica “venta de su alma” al “diablo” financiero o industrial que los ampara y financia.

Nuestra opinión al respecto es más bien compleja y “chaquetera”, pues, si bien es cierto que la situación ideal para la creación artística (y para cualquier tipo de acto creativo) debería producirse en un ambiente de libertad exento de “dependencia” o subvención alguna (ya sea pública o privada), pues el librepensamiento y la acción creativa sin sometimientos ni cortapisas son la base que garantiza la requerida ética y moralidad personal y profesional que debe emanar de todo discurso artístico, sin embargo, deberíamos precisar y matizar que no es lo mismo el territorio de acciones encaminadas a las Prácticas Artísticas que aquél específico donde se desarrolla la Investigación y la Innovación contemporáneas.

Enunciado de esta manera, parece tan obvia esta distinción, que dicha puntualización resultaría harto evidente, y por tanto despreciable, si no hubiésemos observado cómo los artistas se están desplazando en la actualidad desde el territorio individual de la bohemia y la creación en soledad hacia el territorio colectivo e interdisciplinar de la creatividad compartida, haciendo que esta distinción pueda resultar no sólo pertinente, sino incluso conveniente.

Asistimos en la actualidad a una especie de confusión acerca del rol del artista, quien, involucrado ya de manera habitual en grupos interdisciplinares de investigación que desarrollan proyectos de I+D+i, suele confundir el papel de la creatividad –hoy por hoy presente en todas las ramas de la ciencias cuyos interlocutores trabajan a un nivel de alto rendimiento y elitismo-, con aquel que es específicamente dependiente de las condiciones y el talento del agente creativo.

Al mismo tiempo, asistimos a una constante ampliación de la nómina actual de agentes productores dentro de los territorios de los lenguajes y prácticas creativas con la incorporación a la misma de diseñadores, publicistas, infografistas, músicos, ingenieros, programadores, y un largo etcétera de colectivos profesionales fundamentados en la creatividad e inventiva, algunos de los cuales se forman en las actuales facultades y escuelas de Bellas Artes.

Como entidades universitarias que son, estas entidades educativas tienden actualmente a mezclar junto a sus programas y objetivos docentes la exigencia de realización de tareas de investigación, aún sin haberse aclarado previamente las características identificativas de éstas dentro del ámbito de la creación artística en general y de las Bellas Artes en particular.

Al requerimiento de participación activa en proyectos de investigación por parte de los gobiernos universitarios, regionales y nacionales, se une la recomendación –legítima por supuesto- por parte de éstos de establecer convenios con empresas, con el fin de conseguir subvenciones públicas y privadas que les permitan aspirar a la tan reclamada y exigida autofinanciación, aún sin conocerse mínimamente los roles que cada grupo deberá arrogarse en el desarrollo de estas actividades interdisciplinares.

En muchas ocasiones, el artista piensa todavía hoy en términos románticos de creación, y su incorporación a estos grupos interdisciplinares suele generar por ello bastantes malos entendidos, sobre todo aquellos relacionados con derechos de autor, propiedad intelectual, liderazgo, comprensión de los lenguajes de las demás disciplinas, etc.

Si estos aspectos quedaran suficientemente aclarados y por tanto asimilados, entonces podríamos augurar que, no sólo la financiación y el mecenazgo empresarial superaría sus limitaciones actuales (la mayoría derivadas de una actual ley española de Mecenazgo que no ha sabido crear los incentivos fiscales que haga suficientemente atractiva para dichas empresas y corporaciones privadas dicha inversión en la promoción y desarrollo del Arte y la Cultura, tal y como sucede en la mayoría de los países desarrollados occidentales), sino, lo que es aún más importante y es el objeto de la presente reflexión, que esta nueva actitud y sensibilidad -individual y colectiva- ayudaría a poner los cimientos para la construcción de esa necesaria e inevitable “cultura de lo interdisciplinar”, que todavía no se enseña en las escuelas ni se practica en la universidad.

Por mi particular experiencia, personal y profesional, defiendo la inversión empresarial –fundamentalmente en lo referido a investigación creativa e innovación- como una lúcida manera de abrir campos de futuro para las empresas, sea cual sea su capacidad, estructura y tamaño. Las grandes deberían por tanto sumarse a los patronatos de los centros de producción y de creación contemporánea (el mejor ejemplo actual son los CAT) junto a las instituciones públicas –sin que ninguna de ellas tuviera una posición predominante dentro de éstos-, firmar los mejores convenios Universidad-Empresa, o asociarse como empresas colaboradoras en los grandes proyectos de investigación cofinanciados por la Comunidad Europea y por los ministerios nacionales. Las más modestas, colaborar activamente en el desarrollo de pequeños proyectos regionales o locales, donde la creatividad fuera uno de los factores explícitamente descritos en sus objetivos y sus grupos tuvieran una ponderada interdisciplinaridad.

Por mi propia experiencia en el MIDECIANT de Cuenca, y también por la personal –como artista multidisciplinar-, he llegado a convencerme de que el acceso a las empresas –grandes y pequeñas- por parte de los sectores creativos y la buena disposición empresarial en torno a posibles mecenazgos, patrocinios o colaboraciones en temas de arte y creatividad, viene determinada, en la mayoría de las ocasiones –aunque se suela pensar lo contrario-, por la voluntad o la inclinación personal e individual de sus altos ejecutivos. Al fin y a la postre, éstas dependen –jerarquizadamente- de personas individuales, cuya vocación extra-empresarial o, en la mayoría de los casos, sus particulares devociones y capacidades personales referidas a la comprensión y aceptación de las prácticas artísticas contemporáneas, determinarán en buena medida su predisposición a apoyar proyectos de arte e innovación creativa.

Cuando en un momento determinado esta feliz situación acontece, lo normal es que se destinen fondos presupuestarios excedentes de dicha empresa para tales menesteres (generalmente en recursos propios, y, sólo en algunas ocasiones excepcionales, en cash).

En cualquier caso, hemos venido observado como, a raíz de la espectacularización actual de la cultura y la creación artística (defecto que se hace superlativo cuando es la política directa y personalista la que la ejerce), la tendencia entre las grandes corporaciones privadas es hacia la generación de sus propios eventos y proyectos, invirtiendo –entonces sí- grandes sumas de dinero y recursos en sus propias marcas culturales, raramente compartidas con alguna otra entidad –salvo en el caso de puntuales colaboraciones con instituciones públicas, que muchas veces son reclamadas por su potencial de apoyo logístico- (véase, por ejemplo, el macroproyecto cultural GreenSpace de la marca cervecera Heineken).

Pero, en cualquier caso, no veo factible ni viable en los tiempos que corren un mecenazgo desinteresado y ligado directamente a la creación artística individual, cuando ésta se fundamenta en el apoyo al desarrollo de proyectos y discursos personales. En principio por un problema de integridad moral del artista y en segundo lugar porque no existe tradición en este sentido en nuestro país, salvo contadas excepciones –y debidas todas ellas a la buena voluntad individual de altos ejecutivos, sensibles a las prácticas artísticas contemporáneas, como ya he mencionado.

Sin embargo, cuando se habla de incubadoras para la innovación, de foros de creatividad interdisciplinar, de espacios compartidos y consensuados entre empresas, agentes creativos e instituciones concienciadas y guiadas por el reglamento tácito de “las buenas prácticas”, el asunto trasciende el problema del patronazgo y la cesión de recursos desde lo empresarial a lo individual, para abordar un territorio de mucho mayor rendimiento como es “el espacio común de pensamiento” –o “conocimiento colectivizado”- que, mediante el encuentro del talento, la creatividad y la innovación, proveerá de las bases para la construcción de una sociedad más competitiva y encaminada a alcanzar los retos planteados por la salvaje crisis económica, social y cultural de la nuestra sociedad actual.

Argumentos todos ellos que no hacen sino apoyar e incentivar la creación de Centros de Arte y Tecnología –como el CAT de Zaragoza- , eso sí, creados desde la filosofía de “las buenas prácticas” y en manos de patronatos mixtos independientes, equipos directivos contratados por concurso y evaluados por especialistas externos, y habitados por talentos creativos emergentes, empresarios arriesgados e innovadores, investigadores responsables y políticos humildes.


[1] Rescato para compartir con vosotros en el Blog algunas reflexiones que me hacía algún tiempo atrás en un texto que escribí a propósito de mi participación en unas Jornadas organizadas por la Asociación de Artistas Visuales de Madrid (AVAM) y que se publicó con el título de: “I+D+ivs Creación Artística Contemporánea: Características y diferencias para potenciales mecenazgos, patrocinios y subvenciones por parte de entidades privadas en España.” AVAM . Inventario nº 13. Madrid. 2006. Me parece que éstas –convenientemente seleccionadas y puestas al día- pueden resultar pertinentes para completar las reflexiones que, apropósito del CAT de Zaragoza, inicié en mi última aportación al el Blog (27/09/09).

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