viernes, 23 de octubre de 2009

La reinvención del museo en la era digital.

Redes de Museos y Centros de Arte Contemporáneo para la producción, gestión y distribución del Arte Digital. [1]

La producción, gestión y distribución del arte digital, principalmente el de naturaleza intangible e interactiva que se aloja y habita en el espacio electrónico, se ha convertido en todo un reto para los responsables de los Museos y Centros de Arte Contemporáneo actuales. El proceso de adaptación por parte de las plantillas de estos museos y centros a la necesidad de atender estas nuevas prácticas artísticas converge con los retos y dificultades que su puesta en práctica conlleva. El conjunto de estas actuaciones plantea la necesidad urgente de un cambio en las estrategias museográficas establecidas hasta la fecha, dado que estas nuevas y revolucionarias prácticas artísticas han propiciado los cambios de paradigma de nuestra sociedad actual, que invalidan y desautorizan las políticas críticas y museográficas tradicionales. Ni siquiera la construcción de la actual cultura del espectáculo que se viene aplicando como estrategia de para nuevas museografías puede afrontar y dar soluciones a esta nueva coyuntura.

Es por ello que se hace necesaria una reflexión en profundidad sobre las condiciones y las estrategias que los centros y museos contemporáneos pueden y deben alcanzar en relación con la asimilación y aplicación de las nuevas plataformas para el Arte y la construcción de la Cultura emergentes.

Existe ya un consenso previo entre los gestores de los museos y centros más avanzados sobre la necesidad de que la Institución Arte debe seguir siendo valedora de estas nuevas prácticas, de manera que garantice y de credibilidad a las propuestas que surjan de los actores de la cultura emergente actual, favoreciendo su práctica y, por tanto, su desarrollo. Si bien es cierto que los caminos a tomar y las estrategias a seguir no están todavía definidas, al menos, sí que han quedado claramente delimitadas, lo que permite atisbar ya una cierta dirección lógica o razonable para su puesta en acción. Entre éstas, la más importante sea tal vez la de comprender que estas nuevas prácticas artísticas no están ya interesadas en producir objetos y que por tanto dichas producciones se convierten en pura información que fluye por las Redes y pervive en su espacio electrónico, necesitando con urgencia alcanzar la máxima visibilidad y credibilidad.

Esta tarea de divulgación, así como la gestión en dirección a convertir a la Institución Arte en filtro de calidad y de prestigio, es precisamente lo que sí puede favorecer y dar solución al conflicto de la actualización de las estrategias museográficas, por lo que ya no se trata tanto de aportar recursos materiales para su producción como de favorecer su conservación, alcanzando el compromiso institucional de que esto se realice de una manera continuada y renovada.

En una primera época, debido al primitivismo y a las limitaciones tecnológicas de los primeros equipos y dispositivos para la creación del arte digital, los artistas que deseaban crear obras y piezas de este tipo necesitaban fundamentalmente el acceso a dichos equipos, normalmente instalados en costosos laboratorios de las universidades punteras de países anglosajones, así como en los pocos centros tecnológicos existentes. Además, debido a la complejidad de las interfaces de estos grandes equipos, se hacía necesario el apoyo de técnicos expertos en su manejo.

En la actualidad, y gracias a la popularización y consecuente abaratamiento de dichas tecnologías y a la simplificación y estandarización de sus interfaces y de sus programas de gestión de los contenidos, ya no resulta tan importante ofrecer tecnologías y recursos a sus creadores, sino fundamentalmente trabajar en los procesos museográficos de gestión de las piezas y obras creadas, así como en los sistemas de conservación y distribución de las mismas.

Los artistas digitales necesitan en la actualidad depositar sus creaciones en entornos adaptados a sus características específicas. Entornos especializados y de calidad, gestionados por profesionales de la nueva cultura y responsables de las Instituciones-Arte que permitan, no sólo una gestión y conservación que facilite su accesibilidad y usabilidad permanente (o a largo plazo), sino el flujo y la visibilidad de sus contenidos a la mayor cantidad de usuarios posibles, pero, sobre todo, entre comunidades especializadas y de prestigio y dentro de entornos de calidad que permitan la necesaria contextualización de dichas obras.

Para poner estos sistemas y dispositivos en marcha, así como para diseñar las necesarias políticas museográficas adecuadas, resulta de gran interés la creación de eficaces redes museales basadas en alianzas recíprocas y colectivizadas. La firma de convenios de colaboración y cooperación para la producción conjunta de piezas de arte digital, así como para la creación de sites específicos alojados en las webs de los museos miembros, de tal manera que permita la construcción de canales especializados para su difusión y distribución, aparecen como algunas de las estrategias más convenientes y apropiadas para afrontar dichos retos.

En este sentido, Museos-Centros de Arte Contemporáneo españoles como el MEIAC de Badajoz o el MIDECIANT de Cuenca, instituciones pioneras en la introducción y contemplación en sus respectivos programas y actividades del New Media Art, se convierten en lugares idóneos para la ideación, diseño y puesta en funcionamiento de estas nuevas estrategias de ayuda a la producción, gestión, divulgación y conservación de estas nuevas formas de producción artística, a la par que comienzan a dar pistas concretas y cuantificables sobre el papel del museo como Institución-Arte que, habiendo sabido reinventarse, gestiona de manera coherente y eficaz el arte y la cultura del siglo XXI.



[1] Este texto surge como consecuencia de las Conversaciones en torno a "Las nuevas plataformas en el Arte actual”, celebradas en el MEIAC, en Badajoz, en septiembre de 2008 y en las que participaron además, Antonio Franco (Director del MEIAC), y Montse y Joseba Franco (Directores del proyecto “NOMADAS.)

domingo, 18 de octubre de 2009

El riesgo de crear

Apostar por el futuro, construir de manera honesta propuestas que definan situaciones cuyo único parangón es la propia creatividad, implica un riesgo y una incertidumbre que cada vez parece tener menos seguidores entre los artistas y creadores del siglo XXI.

El artista actual ha de comprender que entre sus importantes responsabilidades sociales figura la de la construcción de nuevos imaginarios que, a través del diseño de renovadas iconografías, ofrezcan retratos actualizados en los que nos reconozcamos –y reconozcamos la realidad circundante- como miembros que somos de una nueva cultura que ha puesto en decadencia los paradigmas de las sociedades precedentes. Como ser prostéticos que somos, que habitamos una realidad híbrida [1] que nace del consenso entre nuestra naturaleza biológica y la naturaleza tecnológica que hemos fabricado para hacer honor a nuestra raza de homos doblemente sapiens, “ahora vivimos en una realidad cuyo espectro está constantemente multiplicándose y re-apreciándose. Los límites de la vida, la muerte y el nacimiento, los secretos de la creación, la emergencia de la consciencia y del infinito, están siendo revocados y amplificados. El hombre y su mundo no es ya estable ni de estructuras bien definidas. Nuestro universo es ahora una esfera transparente, cuyas definiciones son frágiles y evanescentes –un cosmos no de hechos inmóviles, sino de posibilidades de cambio constante.” [2]

Eso obvio que no hay recetas prefabricadas ni fórmulas preestablecidas que nos permitan alcanzar con solvencia una tarea tan compleja y de resultados tan impredecibles. El artista o creador que se enfrenta a la difícil tarea de construir estos nuevos imaginarios se instala en una incómoda –pero necesaria- sensación de incertidumbre y de riesgo de fracaso a la que tendrá que acostumbrarse, pues le acompañará mientras ejerza como tal.

Sin embargo, producir algo que suponga un avance en el imaginario simbólico o en iconografía formal para nuestra época contemporánea no significa trabajar a ciegas o cerrar la mirada al pasado o al propio presente. Ya decía Picasso (junto a otros grandes creadores) que no es posible ser moderno sin mirar al pasado, sin reconocer las deudas pendientes con la Historia. Es por ello que, tal vez, para poder innovar, para poder proponer un imaginario revisado y actualizado de la mirada hacia nosotros mismos y hacia la nueva realidad de la que acabamos de tomar conciencia tal vez pueda ser conveniente mirar hacia atrás y hacia todos los lados de nuestro alrededor. Porque, seguramente, en las propias inercias y rutinas cotidianas, en el contexto de sus propias “tribus”, en el ambiente audiovisual de las modas a las que se adhieren diariamente de forma espontánea, el artista encontrará con toda probabilidad las claves y el material gráfico/formal para construir esas sorprendes y seductoras imágenes –modelos para una renovada representación de la realidad- que siguen pendientes y que se le reclama.



[1] Para ampliar, ver: DYENS, Olivier: “La Realidad Híbrida”. En Hybrid. Living in Paradox. Ars Electrónica Ed. Linz, Septiembre 2005. Pp.45-49. Traducción libre del texto original en inglés de José R. Alcalá.

[2] DYENS, 2005. P.47.

lunes, 12 de octubre de 2009

Antigüedad Clásica y conocimiento cibernético

A propósito de la película Ágora de Alejandro Amenábar me surgen algunas reflexiones, como, por ejemplo, ¿Qué sabemos hoy en día que no supieran ya aristotélicos y platónicos hace más de 2.500 años? ¿Cuál es nuestra verdadera –específica, original- aportación actual al futuro de la humanidad? Cuestiones que no pretendo plantear desde su posible sentido de intemporalidad, sino desde la ambición humana por saber y conocer más, por crear y construir un cuerpo de conocimiento en su sentido más amplio, más profundo, pero también más actual, más moderno. Vuelve aquí entonces, como argumento recurrente, la premisa de mirar hacia atrás y copiar el pasado para no repetirse en el presente.

Cada vez que tropiezo con una formulación que pretende presumir de haber trabajado de manera alternativa o de haber encontrado soluciones fuera de las sendas marcadas por el pensamiento aristotélicos o el platónico (y sus consecuentes escuelas platónicas y aristotélicas), debo decir que suelo tomarlas con gran precaución. Pero si, finalmente, corroboro que eso sería aplicable para una cierta ocasión (incluso cuando, como ocurre en la mayoría de estas ocasiones, la aportación lo es en la medida que consigue trabajar sobre una premisa que niega o contraría a aquellos), entonces podemos expresar -con gran satisfacción- que estamos ante un gran triunfo de la inteligencia moderna. [1]

Mientras pensemos como seres humanos, poco camino verdaderamente nuevo nos queda por recorrer si no es el de poseer otra percepción diferente sobre el ya recorrido anteriormente. Mientras confiemos nuestra mirada a las herramientas y dispositivos artificiales (sean manuales o mecánicos), tal vez estemos elevando ésta en algo más de la que ya se elevó físicamente sobre el gran pináculo hace 500 años (Leonardo), o la que consiguió remontar –mentalmente- el espacio electrónico hace apenas 100 (Pessoa).

Llegar al átomo no es sino reencontrarnos con Demócrito, Lucipo y Epicuro. Un viaje de regreso a un pasado de más de 2.400 años. La diferencia entre estar formulado y poder experimentarlo (manejarlo) sólo estriba en su utilidad científica y, por tanto, en el viaje de la humanidad hacia su confortabilidad, que aún siendo meta loable, y en consecuencia perseguible, no aporta nada substancial ni cualitativo al cuerpo del pensar y, por tanto, al del “vivir en el átomo” de los griegos clásicos.

Sólo el tener proustianamente “otros ojos” [2] nos proporciona la percepción de una otra realidad cualitativamente diferente, no porque ésta sea inédita, sino porque empieza a “existir” ahora para nosotros, al haberla percibido así de nuevas (por primera vez).

Este es el campo de actuación en el que deseo -como creador, que no como el científico que un artista nunca será-, establecer y ubicar mis propias investigaciones y, por tanto, mi cuerpo discursivo y mi ideología creativa. Pues sólo el campo de lo en potencia verdaderamente nuevo me pertenece. Como reto y como ideario. Incluso en esto, también todo es relativo, por cuanto esta idea de experimentar lo inédito parece haber correspondido preferentemente a la cultura occidental. Al menos no encontré esta inclinación cultural en Oriente, que no está soportada sobre la idea del “ser innovador”, sino en la máxima terrible del “clavo que sobresale, martilléalo” [3], ideal educativo al más puro estilo estalinista.

Bienvenidos pues Platón y Aristóteles. Bienvenido el alto pináculo de Leonardo y el viaje de la mente de Pessoa. Pero, bienvenidos también, como ineludibles invitados, al convite-celebración de los “otros ojos” proustianos.

¿Seremos pues capaces de regresar al arte-celebración que inauguraron los trecentistas toscanos y que abandonaron los artistas de las vanguardias del siglo XX? Aquel arte celebraba sin duda la sensibilidad individual que encuentra acomodo y fuente de inspiración en el acontecer de lo colectivo y de lo interdisciplinar. Pero, aquí, en nuestra cultura digital, el artista, el creador actual, encuentra otro reto singular: adquirir la cultura de lo interdisciplinar de la que, hoy por hoy, adolece.



[1] Por ejemplo, como cuando se propuso, trabajó y metodologizó, hace ahora casi una década, sobre la narrativa no lineal como alternativa literaria a los planteamientos tradicionales del discurso aristotélico (esto es: EXPOSICIÓN – NUDO - DESENLACE) referida al texto del autor frente al texto del lector en la narratividad multimedia fruto del uso de las tecnologías informáticas de la escritura.

[2]El único verdadero viaje, el único baño de juventud sería el de no andar hacia nuevos pasajes, sino tener otros ojos.” Marcel Proust: En busca del tiempo perdido.

[3] Durante mi estancia en Japón como investigador residente en el Canon Art Lab, a comienzos de los 90, descubrí con estupefacción que ése era el significado de los kanjis que, de forma repetida, presidían la tarima de las clases de sus colegios de educación primaria. Un terrible precepto educativo que ha dejado una huella profunda, tan castrante como demoledora, en los individuos contemporáneos de la sociedad japonesa, anulándoles toda capacidad de iniciativa e improvisación individuales, convirtiéndolos en piezas perfectas de una bien engrasada máquina de producción colectivizada y sumiéndolos en una tristeza gris, permanente y tan íntima como indestructible, que los lleva a la sensación exponencialmente evolutiva de ser individuos social y humanamente fracasados.

martes, 6 de octubre de 2009

Cartografía del pensamiento exhibicionista.

Estoy convencido de que, después de leer las más de 30 entradas de mi Blog en estos tres meses de vida, al margen de considerarme la mayoría vosotros un hedonista extremadamente exhibicionista, os habréis preguntado más de una vez qué me lleva a mezclar compulsivamente placer con trabajo, sentimientos personales con reflexiones intelectuales, intimidad con esfera pública.

La respuesta no puede ser más simple: busco con ahínco ampliar, mediante el ejercicio del cultivo de la palabra, la limitada geografía de mi campo sensitivo. Creyente fiel como soy del pensamiento de Wittgenstein cuando afirma que “los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo”, vivo obsesionado por ampliar éstos día a día, tratando de alcanzar mayor libertad y mayor entendimiento, al ofrecerle a mi pensamiento mayor riqueza lingüística. Manejando más palabras llevo mi entendimiento a mayor profundidad. Matizando más mis pensamientos consigo darle mayor calado a mis sentimientos.

Conviene hablar sólo de lo que uno conoce. Admiro a los filósofos porque pueden pensar desde la abstracción. Yo no. Sólo consigo reflexionar de aquello que experimento en primera persona. Puede que mi imaginación sea así de limitada, pero al menos me provee de argumentos irrefutables en el debate y la discusión.

Entonces, si esto es así, me pregunto cada vez: ¿Sentimos más por pensar mejor? ¿Disfrutamos más por conocer en mayor profundidad?

No creo sinceramente que las respuestas sean obvias. Seguro que la cosa es de mayor enjundia y que cualquier respuesta estaría cargada de infinitos matices, pero, al menos, plantearlo nos remite a reflexiones suculentas. Siempre y cuando re-definamos previamente el concepto de intelectualidad. Pues si seguimos manejando éste como el que afecta a la fría y abstracta esfera del pensamiento, seguro que no nos entenderemos. Para mí, ser intelectual es estar comprometido éticamente con el pensamiento sobre cuanto nos rodea; Trabajar para poder dar respuestas a las incógnitas, pero también a las injusticias que observamos. Y hacerlo desde la honestidad y desde la coherencia con uno mismo. No podemos dejarnos el yo íntimo a las puertas del trabajo intelectual. El intelectual necesita la credibilidad que le otorgan los demás. No se puede clamar en el desierto, ni ser eremita, ni tampoco autista.

En nuestra sociedad súper-tecnificada, donde las máquinas y su “inteligencia artificial” nos ofrecen modos de conducta específicos y nos dan asépticas respuestas (preprogramadas, claro, no seamos ingenuos!), la figura del intelectual comprometido, coherente, librepensador y libreactuante, aparece como garante de la ética y la moral sobre las que descansamos nuestra confianza.

Las máquinas actuales basadas en la inteligencia artificial pueden dar respuestas complejas ante multitud de situaciones. Todo depende de cómo las hayamos educado. Sí, estamos educando generaciones de máquinas (ver, por ejemplo, el experimento pionero de los Know-bots en el ZKM, hace ahora unos 15 años), y nos va a llevar un tiempo similar al del proceso completo de educación y de autonomía funcional que empleamos con nuestros niños. Lo único que la máquina –de respuesta autónoma- no podrá hacer nunca sin embargo es actuar o tomar decisiones en contra de cuanto le educaron y programaron. Esa rebeldía es la garante de la autonomía intelectual del hombre, capaz de rebelarse contra su educación y tomar un camino diferente al que le programaron en su periodo educativo.

Por eso hoy día que la información –ubicua y al alcance de todos- hace que el conocimiento pueda ser auto-adquirido, la figura del intelectual, librepensador y libreactuante, pero honesto con sus propios principios, se hace absolutamente indispensable. Por eso, me parece un camino absolutamente equivocado y de consecuencia nefastas ir eliminando progresivamente del ciclo educativo la filosofía, el arte y las humanidades…

¡Saben perfectamente lo que quieren!!

Repugnante!

domingo, 4 de octubre de 2009

Espacio, Lugar y Punto G

Esta noche, haciendo el amor mi compañera y yo, hemos vuelto a tener, de nuevo, la experiencia de habitar conjuntamente “su” punto G. Todavía jadeante de placer, mi cabeza ha vuelto a ser insistentemente golpeada con nuevas ideas a cerca de mis investigaciones sobre las diferencias entre Space & Place (Espacio y Lugar). Porque, al tratar entre los dos de definir y de dibujar con nitidez y precisión la forma y las características del anhelado punto G que acabábamos de compartir, y que tanto nos había hecho disfrutar momentos antes, he comprendido que, para poder entenderlo y representarlo, tendría primero que atender a la diferencia entre Espacio y Lugar , precisión que tan importante resulta para poder abordar y comprender el actual Espacio Electrónico de la Comunicación y, sobre todo, por su importancia y magnitud alcanzada, la red Internet.

Como en ésta, el punto G no es un espacio físico concreto, esto es, algo pre-existente, sino que toma forma y se da sólo en la medida que ha sido habitado, alcanzado. Sólo si se tiene experiencia concreta de él se puede llegar hasta él. Sólo en la medida que se experimenta y se recorre se toma conciencia de su existencia, pudiendo entonces y sólo entonces localizarlo y comprenderlo. Una vez se llega a sentir, disfrutar y experimentar, éste toma forma hasta el punto de serle otorgada una fisicidad tangible en nuestro intelecto, roturando el mapa de su cartografía que se dibuja mediante los datos enviados por nuestros sentidos, aún calientes. Mapa que nos permitirá desde entonces regresar a él con facilidad y precisión.

Como para la red Internet, el levantamiento del mapa cartográfico que revelará su forma física espacial concreta y precisa sólo se puede realizar mediante la experiencia del recorrerlo, mientras se apunta ordenada y metodológicamente los datos provenientes de su observación directa y minuciosa. Como los cartógrafos embarcados en los primeros navíos de ultramar, mediante cuya precisa labor de dibujar, el marino podía “tomar posesión” para su señor de las nuevas tierras, de los nuevos espacios, hasta entonces no sólo desconocidos, sino simplemente inexistentes, los ingenieros e informáticos navegan hoy con destreza por la Red, apuntando y tomando nota de cada nodo, de cada enlace, de cada recorrido, de cada trayecto posible entre toda la información existente en ese enigmático y hasta ese momento in-forme espacio virtual.

Como Pulgarcito trazando mediante miguitas de pan la ruta de su desconocido viaje por el interior del bosque, así, los cartógrafos de la Red van levantando el mapa cartográfico del nuevo mundo del siglo XXI, poietizándolo heideggerianamente y otorgándole una forma, una cualidad física que convierte para los demás –futuros navegantes- ese [no]espacio en un lugar para ser habitado, experimentado, colonizado.

Esa misma experiencia intelectivo-sensitiva es la que se produce durante el fascinante viaje hacia la búsqueda del mítico “espacio” sexual que representa el punto G sexual. Esa misma trasformación del [no]espacio G al lugar G es la que logra revelarlo poiéticamente, dándole forma concreta y sentido físico al hasta entonces desconocido y anhelado lugar sexual. Si el viaje se realiza además conjuntamente –como el viaje de los amantes experimentados-, lo sentido, recorrido y experimentado proveerá de los mismos datos apuntados para su localización y formalización, haciendo que la cartografía que pone en el lugar exacto del mapa al punto G, se trace, se levante con una precisión dimensional de mayor rango, al haber tomado esos mismos datos desde dos puntos de vista opuestos.

Es por ello que el punto G puede ser una experiencia personal e intransferible, pero también, como en el caso de nuestros amantes, puede ser común y compartida, pudiendo ser entonces habitado de forma conjunta al tener para ambos la misma forma revelada y ocupando el mismo lugar en la topografía del cuerpo compartido –fundido- de los amantes.

Es interesante comprobar cómo el conocimiento expandido de que nos provee la experiencia inédita del espacio electrónico -del espacio virtual-, y cómo el aprendizaje intelectivo de la diferencia entre Espacio y Lugar (y sus experiencias de los [no]espacios y los [no]lugares) abren nuevas vía de exploración y nos proveen de nuevas y más eficaces herramientas para comprender, dibujar y levantar la precisa cartografía en el mapa de la geografía corporal del anhelado y mítico punto G, que en su nueva dimensión como lugar [no]espacial trasciende el cuerpo de la mujer para ubicarse n-dimensionalmente en la geografía del cuerpo común de los amantes copulados.

sábado, 3 de octubre de 2009

El tempo analógico de la vida digital

Lo que trataré de exponer a continuación está fundamentado en algunas reflexiones que me surgieron a partir de un descubrimiento personal relativamente reciente que he definido como “el tiempo analógico de mi vida digital”.

Durante casi tres décadas, prácticamente desde que empezara a afrontar la vida cotidiana con una actitud que podría ser definida como esa cierta autosuficiencia del funcionamiento social, mi ritmo -ese tempo fenomenológico de la confrontación entre lo individual y lo colectivo- ha sido ciertamente acelerado y por ello –y en boca de mis contemporáneos-, moderno. Mi desarrollo personal estuvo durante ese largo periodo presidido por un vertiginoso fluir de acontecimientos de toda índole que dejaban algún residuo en mi proceso de aprendizaje de la vida. Éste, soportado por una actitud ciertamente esforzada (aprendizaje mediante el trabajo, autosuperación, inquieta curiosidad, deseo irrefrenable de conocer, etc.), nunca conoció reposo ni parada.

Mi percepción del mundo ha coincidido durante todos estos años con el devenir agitado y convulso de los tiempos actuales, fundamentada siempre en la fantástica capacidad de desplazamiento que he podido alcanzar gracias a las actuales prótesis tecnológicas que tenemos a nuestra disposición para viajar, a la increíble ubicuidad de la información que se me ofrece en cada instante y también a la alta tecnificación de cualquier proceso de actuación. Lo que me ha permitido –tanto a mi, como a los que, como yo, apostamos por vivir esta conversión- una forma de vida y de producción tan polivalentes como heterodoxas, capaces de soportar una ambición “sin límite” en los objetivos que me he ido marcando y que, a modo de reflexión autocrítica, pienso con sinceridad que éstos han encontrado muchas veces un desmesurado eco social, artístico y cultural no merecido. En cualquier caso, y aunque de una manera tan subjetiva como sui generis, creo haber podido dibujar a través de todas estas operaciones (realizadas desde “la otra orilla” –la de mi conversión digital-), un cierto mapa topológico de la cultura digital incipiente. Por ello, durante ese largo periodo, nunca pude compartir el fluir analógico del tiempo y que llevaba a un buen amigo mío (y reputado diseñador catalán) , a ser capaz de invertir dos días completos -con sus dos noches- para realizar el trayecto por carretera que separa las ciudades de Cuenca y Valencia cada vez que venía a visitarme, y que a mí me tomaba no más de un par de horas –incluso llegué a realizarlo en un fantástico registro de apenas una hora y treinta y cuatro minutos!! Ese era el tipo de hazaña, la auténtica medida de una mal entendida conquista social, que alcanzaban nuestros retos personales como pro-hombres de la nueva cultura, relegando a personas como mi buen amigo catalán al status de persona extraña y “fuera de su tiempo”, sólo porque él era capaz de seguir viviendo la vida con el reloj analógico, viendo en cada árbol del camino una entidad viva y diferenciada, llena de potencialidades sensibles para ser disfrutadas individualmente, y no, como en mi caso, sólo como un fugaz y desdibujado componente de la masa arbórea que llamamos bosque y que ocupaba gran parte de esa abstracción llamada “espacio entre dos ciudades”.

En mi propósito por comprender y analizar qué significa ser digital y actuar como un ser cibernético, y si esto modifica sustancialmente la idea de una existencia tradicionalmente analógica, he decidido tomar muchas leguas de camino para hacer recorridos de mínima extensión. Los resultados están siendo ciertamente sorprendentes; hasta tal punto de que sobrevivir en ese estado de tempo mental analógico me exige la roturación de un nuevo e inédito mapa topográfico que contenga toda las cartografías posibles de esta nueva escala sensitiva. Miles de nuevos ítems, de inéditos compañeros de viaje, reclaman su presencia en este nuevo escenario posible del vivir analógico.

Si tomamos como unidad de medida el ritmo de paso de nuestro caminar, entonces yo había alcanzado en el citado trayecto entre Valencia y Cuenca una velocidad de desplazamiento igual a 1/200; siendo /200 el coeficiente reductor, calculado a partir de la longitud de onda del rayo visivo + la amplificación de la onda sonora (lanzados ambos –proyectados- perceptivamente por el propulsor tecnológico –mi flamante coche deportivo-). Lo que nos da, frente a las cartografías analógicas de escala 1:1, una medida de sensorialidad de 1/200 que se ha demostrado enormemente eficaz para la conectividad y el consecuente conocimiento hiperenlazado (hyper-link-knowledge), pero tremendamente inútil para un comportamiento social fundamentado en la sensorialidad analógica y el valor háptico de su sentido perceptivo.

Una reflexión parecida me hice a mí mismo cuando vi, horrorizado, entrar en mi bello paraje mediterráneo de los periodos estivales a las constructoras y a los especuladores inmobiliarios roturando salvajemente con sus buldozerun nuevo mapa topográfico acorde a la sensorialidad 1/200 del nuevo inversor bursátil. No es por casualidad que, junto a los imponentes cartelones luminosos con que publicitaron su “hazaña” urbanística, colocaran una pequeña escalera de madera de altura similar a la de un 1º piso para que, apostados desde su atalaya, los potenciales compradores de estas modernas viviendas, pudieran divisar la cercanía del mar y sus cartografías vecinas a la escala digital precisa; esa que nos relaciona con el vuelo de los pájaros mecánicos y los paisajes suspendidos de las topografías cinematográficas y que suponen la estructura básica del imaginario colectivo actual.

Pero, en mi intento por preservar en alguna imagen el hipotético dibujo de una cartografía en extinción que fuese notaria de un crimen anunciado (la destrucción de los bellos parajes costeros de escala humana), comprobé con la extrañeza y la impericia del inhabituado la necesidad de recuperar la escala sensorial-intelectiva de 1:1 como único dispositivo capaz de acometer su trazado.

Todas estas pequeñas inversiones del tempo de nuestra híbrida vida cotidiana actual se muestran puntualmente eficaces para evaluar tanto las pérdidas como las ganancias que estamos a punto de asumir en nuestra transición de la vieja a la nueva cultura. Generalmente, las pérdidas –que son muchas y cuantiosas- suelen ser de tipo sensorialmente cualitativo, mientras que las ganancias suelen afectar por regla general a parámetros de tipo cuantitativo. Baste recordar cómo la pérdida del sentido háptico de la experiencia del texto escrito, no sólo supuso una pérdida sensorialmente irreparable para las nuevas generaciones de lectores al final de la edad media, acentuando la textualidad puramente visual-sonora de la palabra escrita, sino que posibilitó –precipitando- la definitiva disgregación de la cultura occidental de la oriental, que apostó por conservar el valor de la escritura como un parámetro sensitivo globalizante, manteniendo esa escala 1:1 que les asegurara una relación armónica con la naturaleza, pero que, sin embargo, les imposibilitó para afrontar los cambios que, gracias al aumento espectacular del coeficiente sensorial provisto por los tipos móviles de la imprenta de Gutenberg, llevaron a la hegemonía cultural, social y económica a nuestro empobrecido Occidente.

Parece pues aceptado que, en la actual sociedad digital, importa más el Espacio que el Tiempo. Leo a este respecto con interés una entrevista del periodista Javier Díez Guardiola al artista Pierre Huyghe a cerca del tiempo en la obra de arte: “Por un lado está el tiempo del reloj, la duración de tal acción. Cuando hablo de tiempo orgánico, me refiero a una ocasión, es decir, al momento de hacer tal cosa, un tiempo que no se ve definido por reglas. Se trata de un evento que puedo morir y volver a aparecer. […] El tiempo es algo demasiado abstracto, por lo que no me interesa. Me interesa la narración. El resultado suele ser un objeto, pero no me seduce tanto producir ese objeto. Lo destacable es la narración que le rodea: el antes, lo paralelo, el cómo fue creado, el cómo se puede reproducir… Y me interesa la narración porque siento que mi generación nunca se ha enfrentado a los acontecimientos directamente, sino que vive su narración por los medios de masas. Alguien nos cuenta la historia, por lo que la narrativa se vuelve trascendental. Y las narrativas usan el tiempo. Si se cambia el tiempo, se cambia también la narrativa.” [1]

No es necesario pronunciarse sobre la validez de dichas afirmaciones, pero sí que me gustaría argumentar a favor de las mismas que el Tiempo, marcado y pautado ahora fragmentariamente por una narración abierta, fragmentaria, alineal en su potencialidad (siempre previa a la lectura, que es construida y clausurada en su tiempo lineal por el propio lector al intervenir con sus elecciones durante la misma) es algo que simplemente “está ahí”, que aparece sin un ritmo, dirección o frecuencia preconcebidos. No nos preocupamos de él. Simplemente nos acompaña.



[1] DÍEZ-GUADIOLA, Javier: “Entrevista a Pierre Huyghe”. A,B,C,D las Letras y las Artes, Suplemento Semanal. Madrid. 21-27 de Julio de 2007. Pp. 30-31.