lunes, 12 de octubre de 2009

Antigüedad Clásica y conocimiento cibernético

A propósito de la película Ágora de Alejandro Amenábar me surgen algunas reflexiones, como, por ejemplo, ¿Qué sabemos hoy en día que no supieran ya aristotélicos y platónicos hace más de 2.500 años? ¿Cuál es nuestra verdadera –específica, original- aportación actual al futuro de la humanidad? Cuestiones que no pretendo plantear desde su posible sentido de intemporalidad, sino desde la ambición humana por saber y conocer más, por crear y construir un cuerpo de conocimiento en su sentido más amplio, más profundo, pero también más actual, más moderno. Vuelve aquí entonces, como argumento recurrente, la premisa de mirar hacia atrás y copiar el pasado para no repetirse en el presente.

Cada vez que tropiezo con una formulación que pretende presumir de haber trabajado de manera alternativa o de haber encontrado soluciones fuera de las sendas marcadas por el pensamiento aristotélicos o el platónico (y sus consecuentes escuelas platónicas y aristotélicas), debo decir que suelo tomarlas con gran precaución. Pero si, finalmente, corroboro que eso sería aplicable para una cierta ocasión (incluso cuando, como ocurre en la mayoría de estas ocasiones, la aportación lo es en la medida que consigue trabajar sobre una premisa que niega o contraría a aquellos), entonces podemos expresar -con gran satisfacción- que estamos ante un gran triunfo de la inteligencia moderna. [1]

Mientras pensemos como seres humanos, poco camino verdaderamente nuevo nos queda por recorrer si no es el de poseer otra percepción diferente sobre el ya recorrido anteriormente. Mientras confiemos nuestra mirada a las herramientas y dispositivos artificiales (sean manuales o mecánicos), tal vez estemos elevando ésta en algo más de la que ya se elevó físicamente sobre el gran pináculo hace 500 años (Leonardo), o la que consiguió remontar –mentalmente- el espacio electrónico hace apenas 100 (Pessoa).

Llegar al átomo no es sino reencontrarnos con Demócrito, Lucipo y Epicuro. Un viaje de regreso a un pasado de más de 2.400 años. La diferencia entre estar formulado y poder experimentarlo (manejarlo) sólo estriba en su utilidad científica y, por tanto, en el viaje de la humanidad hacia su confortabilidad, que aún siendo meta loable, y en consecuencia perseguible, no aporta nada substancial ni cualitativo al cuerpo del pensar y, por tanto, al del “vivir en el átomo” de los griegos clásicos.

Sólo el tener proustianamente “otros ojos” [2] nos proporciona la percepción de una otra realidad cualitativamente diferente, no porque ésta sea inédita, sino porque empieza a “existir” ahora para nosotros, al haberla percibido así de nuevas (por primera vez).

Este es el campo de actuación en el que deseo -como creador, que no como el científico que un artista nunca será-, establecer y ubicar mis propias investigaciones y, por tanto, mi cuerpo discursivo y mi ideología creativa. Pues sólo el campo de lo en potencia verdaderamente nuevo me pertenece. Como reto y como ideario. Incluso en esto, también todo es relativo, por cuanto esta idea de experimentar lo inédito parece haber correspondido preferentemente a la cultura occidental. Al menos no encontré esta inclinación cultural en Oriente, que no está soportada sobre la idea del “ser innovador”, sino en la máxima terrible del “clavo que sobresale, martilléalo” [3], ideal educativo al más puro estilo estalinista.

Bienvenidos pues Platón y Aristóteles. Bienvenido el alto pináculo de Leonardo y el viaje de la mente de Pessoa. Pero, bienvenidos también, como ineludibles invitados, al convite-celebración de los “otros ojos” proustianos.

¿Seremos pues capaces de regresar al arte-celebración que inauguraron los trecentistas toscanos y que abandonaron los artistas de las vanguardias del siglo XX? Aquel arte celebraba sin duda la sensibilidad individual que encuentra acomodo y fuente de inspiración en el acontecer de lo colectivo y de lo interdisciplinar. Pero, aquí, en nuestra cultura digital, el artista, el creador actual, encuentra otro reto singular: adquirir la cultura de lo interdisciplinar de la que, hoy por hoy, adolece.



[1] Por ejemplo, como cuando se propuso, trabajó y metodologizó, hace ahora casi una década, sobre la narrativa no lineal como alternativa literaria a los planteamientos tradicionales del discurso aristotélico (esto es: EXPOSICIÓN – NUDO - DESENLACE) referida al texto del autor frente al texto del lector en la narratividad multimedia fruto del uso de las tecnologías informáticas de la escritura.

[2]El único verdadero viaje, el único baño de juventud sería el de no andar hacia nuevos pasajes, sino tener otros ojos.” Marcel Proust: En busca del tiempo perdido.

[3] Durante mi estancia en Japón como investigador residente en el Canon Art Lab, a comienzos de los 90, descubrí con estupefacción que ése era el significado de los kanjis que, de forma repetida, presidían la tarima de las clases de sus colegios de educación primaria. Un terrible precepto educativo que ha dejado una huella profunda, tan castrante como demoledora, en los individuos contemporáneos de la sociedad japonesa, anulándoles toda capacidad de iniciativa e improvisación individuales, convirtiéndolos en piezas perfectas de una bien engrasada máquina de producción colectivizada y sumiéndolos en una tristeza gris, permanente y tan íntima como indestructible, que los lleva a la sensación exponencialmente evolutiva de ser individuos social y humanamente fracasados.

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