sábado, 3 de octubre de 2009

El tempo analógico de la vida digital

Lo que trataré de exponer a continuación está fundamentado en algunas reflexiones que me surgieron a partir de un descubrimiento personal relativamente reciente que he definido como “el tiempo analógico de mi vida digital”.

Durante casi tres décadas, prácticamente desde que empezara a afrontar la vida cotidiana con una actitud que podría ser definida como esa cierta autosuficiencia del funcionamiento social, mi ritmo -ese tempo fenomenológico de la confrontación entre lo individual y lo colectivo- ha sido ciertamente acelerado y por ello –y en boca de mis contemporáneos-, moderno. Mi desarrollo personal estuvo durante ese largo periodo presidido por un vertiginoso fluir de acontecimientos de toda índole que dejaban algún residuo en mi proceso de aprendizaje de la vida. Éste, soportado por una actitud ciertamente esforzada (aprendizaje mediante el trabajo, autosuperación, inquieta curiosidad, deseo irrefrenable de conocer, etc.), nunca conoció reposo ni parada.

Mi percepción del mundo ha coincidido durante todos estos años con el devenir agitado y convulso de los tiempos actuales, fundamentada siempre en la fantástica capacidad de desplazamiento que he podido alcanzar gracias a las actuales prótesis tecnológicas que tenemos a nuestra disposición para viajar, a la increíble ubicuidad de la información que se me ofrece en cada instante y también a la alta tecnificación de cualquier proceso de actuación. Lo que me ha permitido –tanto a mi, como a los que, como yo, apostamos por vivir esta conversión- una forma de vida y de producción tan polivalentes como heterodoxas, capaces de soportar una ambición “sin límite” en los objetivos que me he ido marcando y que, a modo de reflexión autocrítica, pienso con sinceridad que éstos han encontrado muchas veces un desmesurado eco social, artístico y cultural no merecido. En cualquier caso, y aunque de una manera tan subjetiva como sui generis, creo haber podido dibujar a través de todas estas operaciones (realizadas desde “la otra orilla” –la de mi conversión digital-), un cierto mapa topológico de la cultura digital incipiente. Por ello, durante ese largo periodo, nunca pude compartir el fluir analógico del tiempo y que llevaba a un buen amigo mío (y reputado diseñador catalán) , a ser capaz de invertir dos días completos -con sus dos noches- para realizar el trayecto por carretera que separa las ciudades de Cuenca y Valencia cada vez que venía a visitarme, y que a mí me tomaba no más de un par de horas –incluso llegué a realizarlo en un fantástico registro de apenas una hora y treinta y cuatro minutos!! Ese era el tipo de hazaña, la auténtica medida de una mal entendida conquista social, que alcanzaban nuestros retos personales como pro-hombres de la nueva cultura, relegando a personas como mi buen amigo catalán al status de persona extraña y “fuera de su tiempo”, sólo porque él era capaz de seguir viviendo la vida con el reloj analógico, viendo en cada árbol del camino una entidad viva y diferenciada, llena de potencialidades sensibles para ser disfrutadas individualmente, y no, como en mi caso, sólo como un fugaz y desdibujado componente de la masa arbórea que llamamos bosque y que ocupaba gran parte de esa abstracción llamada “espacio entre dos ciudades”.

En mi propósito por comprender y analizar qué significa ser digital y actuar como un ser cibernético, y si esto modifica sustancialmente la idea de una existencia tradicionalmente analógica, he decidido tomar muchas leguas de camino para hacer recorridos de mínima extensión. Los resultados están siendo ciertamente sorprendentes; hasta tal punto de que sobrevivir en ese estado de tempo mental analógico me exige la roturación de un nuevo e inédito mapa topográfico que contenga toda las cartografías posibles de esta nueva escala sensitiva. Miles de nuevos ítems, de inéditos compañeros de viaje, reclaman su presencia en este nuevo escenario posible del vivir analógico.

Si tomamos como unidad de medida el ritmo de paso de nuestro caminar, entonces yo había alcanzado en el citado trayecto entre Valencia y Cuenca una velocidad de desplazamiento igual a 1/200; siendo /200 el coeficiente reductor, calculado a partir de la longitud de onda del rayo visivo + la amplificación de la onda sonora (lanzados ambos –proyectados- perceptivamente por el propulsor tecnológico –mi flamante coche deportivo-). Lo que nos da, frente a las cartografías analógicas de escala 1:1, una medida de sensorialidad de 1/200 que se ha demostrado enormemente eficaz para la conectividad y el consecuente conocimiento hiperenlazado (hyper-link-knowledge), pero tremendamente inútil para un comportamiento social fundamentado en la sensorialidad analógica y el valor háptico de su sentido perceptivo.

Una reflexión parecida me hice a mí mismo cuando vi, horrorizado, entrar en mi bello paraje mediterráneo de los periodos estivales a las constructoras y a los especuladores inmobiliarios roturando salvajemente con sus buldozerun nuevo mapa topográfico acorde a la sensorialidad 1/200 del nuevo inversor bursátil. No es por casualidad que, junto a los imponentes cartelones luminosos con que publicitaron su “hazaña” urbanística, colocaran una pequeña escalera de madera de altura similar a la de un 1º piso para que, apostados desde su atalaya, los potenciales compradores de estas modernas viviendas, pudieran divisar la cercanía del mar y sus cartografías vecinas a la escala digital precisa; esa que nos relaciona con el vuelo de los pájaros mecánicos y los paisajes suspendidos de las topografías cinematográficas y que suponen la estructura básica del imaginario colectivo actual.

Pero, en mi intento por preservar en alguna imagen el hipotético dibujo de una cartografía en extinción que fuese notaria de un crimen anunciado (la destrucción de los bellos parajes costeros de escala humana), comprobé con la extrañeza y la impericia del inhabituado la necesidad de recuperar la escala sensorial-intelectiva de 1:1 como único dispositivo capaz de acometer su trazado.

Todas estas pequeñas inversiones del tempo de nuestra híbrida vida cotidiana actual se muestran puntualmente eficaces para evaluar tanto las pérdidas como las ganancias que estamos a punto de asumir en nuestra transición de la vieja a la nueva cultura. Generalmente, las pérdidas –que son muchas y cuantiosas- suelen ser de tipo sensorialmente cualitativo, mientras que las ganancias suelen afectar por regla general a parámetros de tipo cuantitativo. Baste recordar cómo la pérdida del sentido háptico de la experiencia del texto escrito, no sólo supuso una pérdida sensorialmente irreparable para las nuevas generaciones de lectores al final de la edad media, acentuando la textualidad puramente visual-sonora de la palabra escrita, sino que posibilitó –precipitando- la definitiva disgregación de la cultura occidental de la oriental, que apostó por conservar el valor de la escritura como un parámetro sensitivo globalizante, manteniendo esa escala 1:1 que les asegurara una relación armónica con la naturaleza, pero que, sin embargo, les imposibilitó para afrontar los cambios que, gracias al aumento espectacular del coeficiente sensorial provisto por los tipos móviles de la imprenta de Gutenberg, llevaron a la hegemonía cultural, social y económica a nuestro empobrecido Occidente.

Parece pues aceptado que, en la actual sociedad digital, importa más el Espacio que el Tiempo. Leo a este respecto con interés una entrevista del periodista Javier Díez Guardiola al artista Pierre Huyghe a cerca del tiempo en la obra de arte: “Por un lado está el tiempo del reloj, la duración de tal acción. Cuando hablo de tiempo orgánico, me refiero a una ocasión, es decir, al momento de hacer tal cosa, un tiempo que no se ve definido por reglas. Se trata de un evento que puedo morir y volver a aparecer. […] El tiempo es algo demasiado abstracto, por lo que no me interesa. Me interesa la narración. El resultado suele ser un objeto, pero no me seduce tanto producir ese objeto. Lo destacable es la narración que le rodea: el antes, lo paralelo, el cómo fue creado, el cómo se puede reproducir… Y me interesa la narración porque siento que mi generación nunca se ha enfrentado a los acontecimientos directamente, sino que vive su narración por los medios de masas. Alguien nos cuenta la historia, por lo que la narrativa se vuelve trascendental. Y las narrativas usan el tiempo. Si se cambia el tiempo, se cambia también la narrativa.” [1]

No es necesario pronunciarse sobre la validez de dichas afirmaciones, pero sí que me gustaría argumentar a favor de las mismas que el Tiempo, marcado y pautado ahora fragmentariamente por una narración abierta, fragmentaria, alineal en su potencialidad (siempre previa a la lectura, que es construida y clausurada en su tiempo lineal por el propio lector al intervenir con sus elecciones durante la misma) es algo que simplemente “está ahí”, que aparece sin un ritmo, dirección o frecuencia preconcebidos. No nos preocupamos de él. Simplemente nos acompaña.



[1] DÍEZ-GUADIOLA, Javier: “Entrevista a Pierre Huyghe”. A,B,C,D las Letras y las Artes, Suplemento Semanal. Madrid. 21-27 de Julio de 2007. Pp. 30-31.

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