domingo, 17 de enero de 2010

5 personas; 1 experiencia: 5 percepciones distintas; Walid Raad y la experiencia de Beirut.

Existe una pieza de videocreación en la Colección de Videoarte del Centre Pompidou de París, realizada por Walid Raad (Líbano, 1967) y The Atlas Group titulada “Hostage: The Bachar Tapes”.

Fue concebida a partir de la sobrecogedora narración audiovisual –en una serie de cintas de vídeo- del ciudadano libanés Souheil Bachar (empleado de bajo rango de la embajada norteamericana en Beirut), quien describía su experiencia como secuestrado de las milicias libanesas por espacio de 10 años (entre 1983 y 1993).

Según se narra en las cintas nº 17 y nº 31, estando secuestrado Bachar, fue conducido a un sótano de los suburbios de Beirut, cerca del aeropuerto de la capital libanesa, donde tuvo que convivir, junto a otros 5 ciudadanos norteamericanos que también habían sido secuestrados, en un espacio de 3 x 3,5 metros durante 27 semanas.

Una vez fueron todos liberados, cada uno de los 5 norteamericanos secuestrados compañeros de celda de Bachar escribió su propio libro narrando la misma experiencia. Ninguno de estos cinco libros se parecía. Pero lo que sorprendió realmente a Souheil fue que “los cinco comenzaban sus libros hablando del tiempo. ¿Del tiempo? ¿Sería tal vez porque querían mostrar que les había ocurrido este suceso terrible como una cosa impredecible y natural? Podría ser…”

Esta experiencia real nos indica inequívocamente que, a pesar de tener por todo espacio escénico, por todo paisaje, la reducida arquitectura desnuda y sin referencias del espacio exterior de la jaula de apenas 9 metros cuadrados del inhumano encierro, cada uno de los seis secuestrados lo había vivido de una manera completamente diferente. Cada una de las percepciones descritas por cada uno de los seis, convertida en personal e intransferible dicha experiencia común, a pesar de ser minimalista y desindividualizada hasta límites insoportables.

Valga esta reflexión para prevenirnos de que afrontar la problemática de la percepción y el sentido del espacio-tiempo en el ciberespacio es tarea harto compleja, habida cuenta de que se trata de una experiencia personal e intransferible. Sólo me anima para emprenderla el convencimiento de que, lo que hoy y ayer hemos entendido por espacio y por tiempo –por realidad-, no es sino el panel conformado por el collage de pensamientos devenidos también de experiencias individuales y subjetivas, como las que yo voy desgranando pausadamente en este personal Blog.

sábado, 16 de enero de 2010

El aire de Barcelona, o ¿transporta un tren a bordo el espacio de la ciudad de origen hasta la ciudad de destino?

Ahí donde a la vez tenemos oscuridad y luz,

también tenemos lo inexplicable.

Samuel Beckett


De regreso de un viaje a Barcelona en un tren rápido, una niña pequeña -de unos cinco años de edad-, que viajaba en el asiento delante del mío, preguntó a su madre en un momento determinado –aproximadamente una hora y media después de partir y más o menos en la mitad del trayecto a realizar- si estábamos ya en Valencia. La madre le contestó que no. Era de noche y desde el iluminado vagón no se veía nada del exterior. Entonces, no contenta con la respuesta, la niña volvió a preguntar a la madre: “Entonces, ¿aún estamos en Barcelona?”.

Comprendí en ese mismo instante y con toda claridad a través de su pregunta, o más bien a través de su reflexión posterior, que la pequeña había creído realmente que Barcelona era una porción de tiempo-espacio que viajaba con ella dentro del tren y que sólo la abandonaría -como cualidad de ese espacio móvil de conexión entre dos realidades distantes- cuando se bajase del mismo en el lugar de destino. El aire de Barcelona (o, tal vez deberíamos decir el éter-Barcelona) se convertía así en un concepto substancial –en términos físicos- que quedaba impregnado en el interior del vagón del tren hasta que uno lo abandonase.

No es así en la Física, que da sus propias explicaciones basadas en determinadas fórmulas matemáticas, pero, para los conversos a la cultura digital, estas cuestiones se solventan con este tipo de explicaciones-reflexiones. Podríamos insinuar pues con cierta vehemencia que algo se ha desplazado.

Así, la explicación de este curioso fenómeno (la que podemos aportar desde la vida digital), quedaría resuelta –en lo que a los conceptos filosóficos fundamentales nos concierne- observando esta relación entre el espacio-tiempo exterior y la interior de un objeto que se desplaza a gran velocidad de un punto a otro, como una especie de tele-transportador espacial que viaja por el espacio a tal velocidad que, en realidad, está arrostrando sólo tiempo y conectando por tanto dos espacios topográficamente mediados, como si de un túnel de vacío se tratara.

Esto, desde luego, sólo tiene sentido en el contexto de una cultura forjada a partir de mecanismos mentales tales como los traslapos de la representación, la multi-construcción narrativa a partir del zapping y la navegación hipermedia y, en general, a partir de los mecanismos conectivos de la mente distribuida del individuo digital actual.

domingo, 10 de enero de 2010

Arte y Transdisciplinariedad. La creación artística en el campo del ACT.

Constituye para mi un pensamiento recurrente, que no deja de agobiarme desde que me tropecé por primera vez con el campo de actuación creativa ACT (ARTE / CIENCIA / TECNOLOGÍA). Debo confesar que vivo profesionalmente obsesionado con el papel específico del artista en el conjunto multidisciplinar de lo que llamamos Conocimiento actual.

Cuando doy clases en la facultad de Bellas Artes o imparto talleres y cursos o conferencias, siempre trato de establecer trayectos bien definidos (en su límites y en sus objetivos y contenidos) hacia el conocimiento específico que se supone debe ser el aval del rol específico de estos futuros artistas a la hora de participar en trabajos colectivos o interdisciplinares, porque he observado que cuando se proponen proyectos multidisciplinares en los que participan artistas, éstos casi nunca conocen con exactitud cuál sería su papel específico en la mesa común de trabajo, y entonces empiezan a plantearse qué es lo que saben hacer y lo que no, y si se han preocupado anteriormente, en su proceso formativo por trabajar un conjunto de herramientas técnicas y conceptuales que definan con precisión y dé argumentos a sus roles sociales y culturales. Lo más lamentable es que muy pocas de las actuales escuelas y facultades de Bellas Artes se han planteado en sus programas formativos y en sus planes de estudio estas cuestiones, convirtiendo los objetivos, contenidos y materias que ofertan en un popurrí sin meta definida alguna.

Sé que –a diferencia de muchos de mis compañeros artistas, más puristas que yo- formo parte de una pléyade de creadores que pensamos que es muy excitante y halagador sabernos integrantes del conjunto de intelectuales que hemos aceptado de la sociedad la responsabilidad de formalizar (esto es, de dar forma y apariencia concreta) el mundo de las nuevas ideas que constituye la cultura en ciernes que, primero soñamos, luego pensamos en serio y, más tarde, diseñamos sobre papel (o pantalla), pero que no podemos vivir porque aún no hemos aprendido a ser usuarios de la misma.

Nuestros contemporáneos esperan, tan ávidos como excitados, reconocerse y reconocer en nuestras creaciones el mundo que ya piensan pero que aún no viven en plenitud. Estas creaciones no están constituidas únicamente por las nuevas imágenes que formarán parte de nuestro imaginario contemporáneo, sino también por aquellos sistemas simbólicos alternativos, cuyas construcciones alegóricas y metafóricas permitirán la deseada usabilidad de los nuevos mecanismos operativos del conocimiento ahora expandido que formalizará esta Cultura.

Como ya hicieran los artistas y creadores renacentistas durante el siglo XIV, cuando construyeron el sistema perspectivo capaz de contener funcional y simbólicamente la representación armónica y unificada de las nuevas ideas, cuyo centro medular conceptual no era sino una inédita concepción (y, por tanto, visión) homocéntrica del mundo, así, en la actualidad, Internet está tratando de erigirse en el sistema, no sólo funcional, sino conceptual y simbólico, capaz de unificar todas las estrategias que marcan la concepción (visión y actuación) sobre el mundo que nos hemos dado en vivir (y por tanto en soñar), y que debe contemplar y asumir parámetros tales como la virtualidad, la interactividad, la ubiquidad, la multimedialidad y polifuncionalidad, la heterodoxia lingüística, la globalidad (o glocalidad), etc.

Para esta ingente y apasionante tarea, el artista (y los creadores en general) contemporáneos deben trabajar irremediablemente en comunión con el resto de intelectuales y pensadores, de científicos y tecnólogos, compartiendo la pasión común por el desarrollo de esta tarea, entendiéndose mutuamente, retroalimentándose en un loop incesante y asumiendo roles específicos y perfectamente definidos en su complementariedad.

Cada uno de saber con precisión qué perfil y qué background le avalan, cuáles son sus fortalezas y sus debilidades, qué lenguajes y estrategias tecno-funcionales específicas utilizan, en qué momento deben actuar en soledad y en cuáles de forma conjunta, compartida. Deben diseñar entre todos los sistemas de interrelación de sus aportaciones y construir para ello una cultura de la interdisciplinariedad que permita alcanzar este ansiado conocimiento transdisciplinar (con todo su sentido etimológico de cross-over), que sólo se podrá alcanzar desde una educación orientada en esta dirección.

Estas son parte de las importantes razones que me llevan a tratar continuamente de entender la evolución del papel del artista en el conjunto del trabajo para la construcción del conocimiento y de las ideas contemporáneas y alcanzar así una cierta comprensión acerca de lo que nos es propio y específico y de los no son más que incursiones banales y equivocadas en campos del conocimiento que nos son ajenos.