lunes, 13 de septiembre de 2010

Turner y los maestros; Arte, poder y reconocimiento.

Después de ver la exposición del Prado “Turner y los Maestros” no puedo evitar hacer algunas reflexiones, dado el fuerte impacto y las lecciones tan evidentes que de ella he extraído.

Es evidente, a la luz de los cuadros expuestos, que Turner era un genio, un niño prodigio con el pincel y la técnica de la acuarela y que por ello fue prematuramente nombrado miembro de la Royal Academy inglesa. Desde ese momento y siendo consciente del poder, la popularidad y el estatus que su dominio con los pinceles le otorgaba dentro de la sociedad, Turner se lanza a una carrera vertiginosa e imparable por demostrase y demostrar a los académicos (y, a través de éstos, a toda la sociedad) que él era una gran pintor. Un pintor siempre superior al resto de los pintores que la sociedad encumbraba como auténticos héroes. “Turner es el mejor” debía repetirse obsesivamente de forma continua. Esto significaba pintar mejor que nadie. Y para ello, siempre estaba dispuesto a medirse con cualquiera que la Academy señalara como un nuevo genio. Incluso, para reforzar estas victorias parciales no le importaba hacerlo en público, a modo de performance, exagerando así de forma forzada su valía.

Pero Turner tuvo la mala fortuna de vivir una época presidida por un arte y un gusto academicista y clasicista. Así que los retos pictóricos a los que se sometía siempre iban en la dirección equivocada. Es decir, históricamente irrelevante. Turner murió en 1852 y todos sabemos que el Turner que hoy nos fascina. El Turner que se convierte en precursor, casi con un siglo de anticipación con respecto a la pintura abstracta (los Nenúfares abstractos de Monet están realizados a partir de 1914 y los realmente abstractos son posteriores al primer cuarto del siglo XX) es el Turner que decide disfrutar realmente pintando lo que realmente sabe y le gusta pintar: la naturaleza abstracta de los cielos nubosos y los mares de aguas encrespadas, algo que sólo ocurre a partir de 1840. Porque, si algo queda claro viendo la magnífica y didáctica exposición del Prado es que Turner nunca supo pintar la figura humana y tampoco era especialmente ducho en pintar la naturaleza animada. La Royal Academy lo encumbró prematuramente por el deslumbramiento que producía en la sociedad de la época y entre los académicos ver a un niño tan pequeño dominar de manera tan magistral los pinceles al dibujar interiores arquitectónicos inanimados. La crítica, sin embargo, le declaró habitual perdedor de aquellos cuadros-combate en los que el Turner obsesionado por ser el mejor se enfrascó a lo largo de su vida. Lo cierto, y estamos con la crítica de su época ahora que podemos ver junto a los suyos el producto de su contendientes, es que Turner perdió prácticamente todos los combates a los que se enfrentó. Claudio de Lorena o su contemporáneo Constable eran mejores paisajistas, Watteau pintaba mejor la vegetación. Las marinas de Van de Velde poseían sin duda más expresividad plástica y Loutherbourg le da toda una lección de cómo se deben representar los elementos componentes de un gran cuadro de navegación. Las figuras de Turner parecen de cartón-piedra al lado de las de su maestros Rembrant, Ticiano o Veronés. Los canales venecianos y sus arquitecturas renacentistas de Canaletto son duda mucho más expresivos y mejor dibujados que los de Turner.

Afortunadamente para la Historia del Arte, Turner vivó lo suficiente como para poder agotarse en su obsesión por medirse a sus imaginarios rivales y, ya consagrado y rico, poder pintar también en la relajación de quien está haciendo exactamente lo que le apetece hacer, aún a sabiendas de que ésos serán retos personales que no encontrarán ningún eco social ni profesional. Las aguas encrespadas de un dramático mar asesino, los cielos encrespados de un atardecer serán motivos suficientes para ocupar por sí solos las enormes telas que Turner rellenará con la misma pasión y vehemencia, con la misma expresividad llena de violencia y sabiduría que lo hará Monet con sus nenúfares, en un gesto que anticipa las temáticas y los enfoques plásticos casi un siglo.